jueves, 30 de junio de 2011

LEJOS DE LAS LEYES DE LOS HOMBRES











“Te amo como se ama por primera vez

cuando aún no hay costumbres.

Lejos de las leyes de los hombres

donde se diluye el horizonte.”

El Último de la Fila.

De niño, quizá por cuestiones de altura, o por una atracción física que entonces no identificaba con el erotismo, porque todavía estaba en una edad demasiado tierna para introducirme en tan procelosos – incluso vulcanológicos – saberes, lo que más me atraía del cuerpo de las mujeres eran sus piernas. En ello debió intervenir, que duda cabe la referencia a la altura, la que entonces era novia de mi primo del pueblo, el mayor. Una chica morena de Murcia que se llamaba Elena a la que había conocido durante sus estudios en Granada y que no debía desmerecer en absoluto a las mujeres de la ciudad del Darro y el Genil, teniendo en cuenta la fama de hermosura que poseen las granadinas. Aparte de guapa, Elena poseía una simpatía extraordinaria y un par de piernas estupendas a la altura de cuyos muslos era a lo único que yo llegaba (o a lo mejor quería llegar, que quizá la intuición, ya que no el sentido de la sensualidad, hiciera que me encogiera a posta) durante un para mí inolvidable bailoteo juntos en un sarao familiar. Ya les digo que poseía la extraña virtud de la simpatía, algo tan apreciable como escaso en ocasiones, y más entre mi familia, sea la natural o la política, y más entre la del pueblo, que por algo poseen la fama de “malafollás” los que andan entre las lindes de las provincias de Jaén y Granada, ambas inclusive. Mi primo, con todos sus estudios de Medicina y sapiencia en la ciencia de Galeno, se ve que de cuestiones de anatomía y extremidades inferiores entendió poco y de mujeres menos, acabó rompiendo con Elena (me imagino que sería más bien al revés, versión mucho más creíble) y nos dejó sin emparentar con la gentil propietaria de aquellas amables y recordadas piernas.

Ha pasado el tiempo, y pese a aquel recuerdo infantil, advierto que aparte una especial simpatía por las chicas que se llaman Elena (no quiero que te puedas poner celosa por ello), no me ha quedado una especial deferencia por las piernas femeninas en relación al resto del cuerpo. Ni ganas, pues no es la mujer un animal de despiece para consumo humano, cual si nos dirigiéramos a la pollería y mostráramos al pollero la preferencia por el muslo o la pechuga. Por descontado el centro de atención capaz y principal es el pecho; pero no niego el poder de sugerencia de un vientre al que besar y sobre el que posarse para escuchar el sonido de un bebé en crecimiento o sumergirse en la observación caleidoscópica de un ombligo, punto sobre la i bien caligrafiada de un cuaderno escolar de la casa Rubio. Qué decir de los ojos azabache, azules, verdes o de cualquier color conocido o por conocer de entre los cruces posibles de Mendel. Pero, en cuanto a las piernas, sigo sin pode olvidarme de ellas, eso sí. Ni los domingos, aficionado como soy al fútbol femenino y al esférico impulsado hacia la portería sin distinción de género.

Me dirás con razón qué tiene esto que ver contigo y conmigo, como explica el soldado Adrián en su última carta, en la canción de El Último de la Fila. Todo tiene que ver. Qué decir de cuánto te deseo por cuánto te amo, de cuánto te amo como si te amase por primera vez y qué torpe soy siempre por amarte sólo de forma literaria y no hacerlo de forma real. Estúpido es una expresión que se queda corta; quizá gilipollas, aunque gruesa, se asemeje más a la realidad. Intensamente me encantaría reconocerte desnuda con mi boca, con mi lengua, como si explorara una jungla a la que nadie se hubiera acercado previamente, acechante y llena de peligros pero al mismo tiempo fascinante, excitante. Orgiástica.

Mucha literatura ha sido la mía y una falta permanente de realidad. No es que me guste la realidad en exceso, pero lo que sí me gusta, me encanta, me fascina eres tú. Violar contigo las leyes elementales del recato, decir sí quiero a estar a tus pies y besar las hoquedades interiores de tu muslos y meter la nariz donde no la llaman. Hacerte gemir de placer, sentir tus uñas en mi espalda, que cada beso dado en las diferentes partes de tu piel – en tu pecho, en tus labios, en tus nalgas con un bocado de lujuria – sean un multiplicador común de los afectos y hasta el infinito del más maravilloso orgasmo. Porque sí que te amo. Desde la punta de tus pezones hasta lo más hondo de tu alma. Carne contra carne.

Quizá en algún momento pensaste que no merezca la pena estar conmigo. Que no valgo como amante desde esa distancia gélida y distante, encerrado entre estantes de libros y una pantalla de ordenador mientras tú desesperabas por una muestra de amor o de odio que te sacase de un marasmo de indiferencia cortés ante la que no sabías que hacer. Qué horror soñar con una aparición que no llegaba, con tu presencia desnuda y con tu abrir mágico de piernas delante de mí para excitar mi atención, desviándola de unos cauces literarios que no llegaban a producir nada nuevo bajo este sol sin brillo. Para besar, contar y recontar los lunares de tu piel, para un sesenta y nueve mágico y placentero que nos llevara a sitios remotos. A cabalgar sobre la luna como caballos desbocados. O a bañarnos en un río y contener la respiración sumergidos en sus aguas, entre bravos empellones de cadera.

Para apretar entre los dedos una sábana mientras la vida se nos va entre las piernas en una entrega total, difícil de contar con todos los diccionarios de sinónimos del mundo. Imposible crear un esperanto para explicar esta toma de posesión mutua.

Que si te amo. Qué si te amo de esta manera, si nos amamos así, escandalosos e inmorales para la buena sociedad del misionero y el amor ausente con el tiempo. Te amo lamiendo tu cuerpo todo de fresas con nata. Te amo al compás del agua de la ducha y entre la espuma del jabón. Te amo como se ama por primera vez. Te amo sobre las brasas de las hogueras de San Juan, sabedor de que nada me quema más que una ausencia tuya. Te amo en las canciones que no tienen sentido y en las más bellas. En la salud y en la enfermedad, y en el escándalo del sacerdote que se persigna como si viera un anatema si le digo que nuestra cama es altar y nosotros dioses del cielo y el infierno.

La mojigata editorial rechazó los manuscritos de mis novelas eróticas. Creyeron que su implicación sentimental impediría alcanzar todo el buen gusto que requerían. Una manera amable de explicar que vieron pornografía en el amor. En su lugar, publicaran un “remake” del viejo cómic “Hazañas Bélicas”. Muy apropiado para los nuevos tiempos. Pero no espero que esas novelas acumulen polvo en el cajón mientras esperan oportunidad. Me juego la carta de la inmoralidad pública antes que perderte, que perder la oportunidad de ofrecerte todo mi amor en un juego de cuerpo y alma, en una desnudez más pura que sus diamantes anillados y sus abrigos de visón. La luna bañará las noches más tormentosas de su verano y amaneceremos juntos y abrazados, abrumados por nuestras pasiones más locas, en las copas de los árboles, en los pilones de los pueblos, en los castillos de arena y los váteres públicos. Amaneceres desnudos, embriagados de aromas corporales y jadeos incesantes como aullidos de lobos que extrañen en sus noches quietas y sombrías. Seremos arte y amor. Más allá de cualquier entendimiento, seremos reales. Sexo e infinito. Allá lejos. Lejos de las leyes de los hombres.

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