lunes, 4 de julio de 2011

SOÑAR DESPIERTO

“La imaginación al poder”
Lema del Mayo del 68.

Una primera columna de tragafuegos descendía, procedente de Pueblo Nuevo, por la calle Alcalá. Cuando esto sucedía, las galeradas de los periódicos aún no empapaban con su tinta fresca los estantes de los kioscos. Pero Madrid, y con ella todas las ciudades de España y el extranjero, habrían en pocas horas de modificar las ediciones de lo que se denominaba “Últimas Noticias” o “Actualidad”. Para muchos, las portadas iban a resultar difíciles de tragar, casi tanto como el líquido inflamable con que prendían las llamaradas salidas de las bocas de esta unidad de avanzadilla que iba descendiendo por la Ciudad Lineal.
Según el tratamiento y la cortesía, más o menos benevolente o abiertamente hostil con que saludaba la diferente prensa a las medidas del presidente del gobierno y las réplicas del líder de la oposición, el titular y el pie de foto que salían en las páginas atravesaban por las expresiones más diversas. Pero en la capital, así como en los diferentes pueblos y villas, rincones vernáculos y lugares con mayor o menor sentimiento nacionalista, el desayuno iba a ser una preocupación mayor por no aparecer con una factura exorbitada regalo de la compañía del servicio eléctrico o telefónico – “todos nuestros agentes están ocupados, por favor permanezca a la espera” –, un cierre roto, un nuevo impuesto municipal o un nuevo engorde de los beneficios bancarios o industriales – “todos nuestros agentes”, etc. – a su costa. En definitiva, una sensación de cabreo constante o apatía general.
Mientras la sección de Pueblo Nuevo se encaminaba hacia la Cibeles, en otros puntos de la geografía estatal se sucedían movimientos diversos, con rotundo éxito. Un conciliábulo de mujeres barbudas en Barcelona había abandonado su cuartel general de la Avenida del Paralelo y se preparaba, apoyado por un grupo de vedettes y cupletistas, para unir sus fuerzas con una brigada no demasiado grande, pero sí osada y valiente, de forzudos vestidos de pieles de leopardo y bigotes retorcidos al modo prusiano arremolinados en torno a la plaza de Les Glories Catalanes. Atemorizados o dormidos los Mossos de Esquadra (fuerza policial autonómica catalana, a la que era posible insultar en la lengua de Verdaguer – “gossos de esquadra”, dado que “gos” en catalán significa perro –, y en la de Cervantes, como “mozos de cuadra”) ante la visión de unos forzudos a los que nada harían las pelotas de goma, sabiendo lo que eran capaces de hacer parando proyectiles de cañón con el estómago, permanecieron en sus acuartelamientos o desertaron para preparar concursos de castellers en el Pirineo ilerdense. Como única oposición, un grupo de borrachos que venían del Maremagnum celebrando la última victoria del Barça sobre el Madrid y querían echar un polvete con las mujeres barbudas. Fueron espantados a bolsazos por las cupletistas del Paralelo.
Al sur de la ciudad condal, Valencia, de donde en el febrero infausto de 1.981 partieron los tanques de Milans del Bosch para asustar a la ciudad, había sido en esta ocasión ocupada en sus calles por grupos de zancudos a los que se sumaron malabaristas que mantuvieron a raya a los infiltrados entre sus mazas y la pared, en el barrio de El Cabanyal, falleras mayores cabreadas, gigantes y cabezudos, moros y cristianos y elefantes del Punjab conducidos a lo largo del antiguo cauce del Turia por lanceros bengalíes que habían sido contratados por una empresa de la Gürtel para rodar un anuncio a la mayor gloria de Camps. La alcaldesa de la ciudad se refugió en Bétera, desde donde intentó comandar el regimiento de tanques, afectado por doble elefantiasis: la deserción de soldados unidos al movimiento insurreccional dejó a más jefes para mandar que soldados que obedecieran, y el exceso de peso de la alcaldesa valenciana acabó por pinchar las ruedas de una tanqueta y bloquear la salida del regimiento.
Las plazas mediterráneas intentaron obtener el socorro de la escuadra naval de Cartagena, pero fue imposible que esta pudiera llegar a intervenir. Un grupo de delfines establecieron una animada tertulia bajo el mar, a la altura de Horadada, antes de poder entrar en la provincia de Alicante, y su lenguaje ultrasónico acabó por inutilizar los radares de los cruceros, los sistemas de radio, las blackberry de la oficialidad y cambiaron, para colmo, la foto del perfil de Facebook del almirante de la escuadra, que apareció en su uniforme militar con la cara de Ronald McDonald.
Los grupos chirigoteros de Cádiz organizaron una marcha desde las playas de La Caleta y La Victoria. Fueron los únicos que estuvieron a punto de provocar víctimas en aquella histórica jornada, pero contra su voluntad. La causa de aquellos fallecimientos fatales que podrían haber sucedido hay que buscarlas en ataques de risa incontenibles, ante los cuales la Cruz Roja del Mar hubo de intervenir rápidamente para sofocarlos mediante el método de internarlos en el Teatro Falla y pasar en cinematógrafo “Mujercitas” para contrarrestar el efecto de tan letal guasa. La alcaldesa de la ciudad, harta de escuchar resoplidos guasones a su costa desde Algeciras hasta Arcos de la Frontera, por un extremo de la provincia, y hasta El Puerto de Santa María por el otro, dimitió asqueada y regresó a su Cantabria natal con un tremendo pitido en los tímpanos. En su lugar, fue elegido por consenso y para mantener la herencia montañesa en el consistorio de la Tacita de Plata, el chirigotero Manolillo Santander, al grito, con un cierto toque irónico, de “Esto sí que es una chirigota”.
En Zaragoza, la acción tuvo un carácter eminentemente musical. Se había coordinado entre grupos folklóricos aragoneses, Carmen París y el grupo Amaral desde diferentes puntos: la plaza del Pilar, el barrio de Delicias y el del Arrabal. Como en la revuelta de Galán y García Hernández, bajaron con éxito grupos joteros desde la Jacetanía y se combinaron “La Virgen del Pilar dice” con “Banderas Rotas” de Labordeta. La brava región aragonesa se puso en pie contra una nueva invasión, la de los mercados, y por eso grupos de funambulistas, con un simbolismo tremendo, se subieron a los postes del telégrafo entre Monzón y Alcañiz para que los buitres financieros no acecharan las tierras del Ebro.
En La Rioja funcionó la resistencia pasiva, tenaz: entre Haro y Calahorra no se sirvió ni expidió al exterior de la región un solo chato de vino. Pronto el gobierno regional y las sociedades mercantiles hubieron de pactar con el pueblo llano. Al acecho se encontraba algo peor que los mercados: el fronterizo pueblo de Miranda de Ebro, del que se esperaba pudiera apoderarse de los viñedos jarreros en caso de que la villa riojana no celebrara la Batalla del Vino y se quedara con los viñedos de su jurisdicción, para especial regocijo de los burgaleses.
En todo el país se sucedieron hechos como los descritos, que fueron descritos con matices más o menos fantásticos por medios de según que cuerda con tal de, en un gesto desesperado, restar credibilidad y hacer sucumbir de miedo a la población más proclive a espantarse ante los cambios y tender al conservadurismo más recalcitrante. Así, por ejemplo, el diario “La Gaceta”, cuyo nombre recordaba al desafortunado diario madrileño que dio origen a la frase hecha Mentir más que La Gaceta y no se quedaba atrás respecto a aquel en cuanto a trolas e invenciones, titulaba en una edición especial que Batasuna había estado detrás de la huelga de consumo de chuletones en Euskadi y de la festiva exhibición de juego de pelota vasca en el Kursaal donostiarra, que suponían destinado a amedrentar a la Ertzaina y sus proyectiles de goma. “El Mundo” del ínclito riojano Pedro José Ramírez, que sin duda por efecto de la no expedición del vino de su tierra debía andar más alterado de lo normal, proclamaba en un editorial la necesidad de cerrar la frontera con Portugal ante la (su) “disparatada y perniciosa idea” de que los extremeños cedieran a los municipios fronterizos lusitanos la gestión “chantajista” por un tiempo indefinido de los municipios de Alcántara, Valencia de Alcántara, Barcarrota y Rosal de la Frontera. Ninguna de estas noticias se contrastaron y su efecto fue el contrario sobre las masas revolucionarias.
Pero Madrid seguía siendo, por su carácter de capital administrativa y residencia del gobierno y la jefatura del Estado, punto neurálgico de la jornada. Los colombófilos habían sido capaces de desactivar los aeródromos de San Fernando, Getafe y Cuatro Vientos a través del cruce de palomas mensajeras entre tales bases aéreas, impidiendo volar a los aviones, incluso a los sofisticados aparatos aéreos norteamericanos de la OTAN. El tráfico aéreo cesó en Madrid y los aviones comerciales fueron desviados a Villanubla, en Valladolid; Zaragoza y Lisboa. Algunos viajeros despistados creyeron por un momento que se estaba rodando un “remake” de Los pájaros de Alfred Hitchcock, con Melanie Grifith en el papel que desarrollaba su madre. Un procedimiento más rudimentario, pero igualmente eficaz, fue usado en Morón y Rota: el vuelo de cometas. A la base de Zaragoza llegó el mensaje de desplazarse al aeropuerto de Castellón, pero como la instalación de La Plana no tenía permiso de aterrizaje ni despegue, el cielo del Maestrazgo se cubrió de cazas esperando inútilmente el permiso de aterrizaje. Cansados de tanta vuelta por el cielo, acabaron aterrizando con monumental enfado sobre la pista del circuito Motorland Aragón.
Los tragafuegos de Pueblo Nuevo conectaron en el puente de Ventas con lanzacuchillos reunidos en el Dragón de La Elipa. La marcha de esta columna unificada estuvo interrumpida en varias ocasiones porque las vueltas numerosas que daban en las ruedas las parejas de los lanzadores ocasionaron mareos imposibles de mitigar con las escasas biodraminas. Hubo de recurrirse al servicio de los taxistas de la plaza de toros, de la calle Ayala y de la de Ortega y Gasset para que pudiera llegarse con buen pie a la plaza de las Cortes.
La batucada que partió de la Tabacalera de Lavapiés recorrió la ronda de Valencia armando tremendo estrépito, acompañada de un grupo de capoeiristas. Se temía que atrajeran la atención de la policía y otros cuerpos de seguridad, estando cercano como estaba la comandancia central de la Guardia Civil en la calle Batalla del Salado. Y como la atrajeron, se requirió de los servicios de distracción del grupo de parapente de Villalba pasando por encima de sus cabezas. Al bajar la mirada, los miembros del instituto armado se toparon con el péndulo de los hipnotizadores, que transformaron su conciencia en la de perros meones. Aún hoy es comentada la visión de aquel día en que los uniformados alzaron la pata y sacaron la lengua en jadeos por el Portillo de Embajadores y fueron espantados a escobazos de los portales.
Para la altura en que la batucada y los capoeiristas alcanzaron la plaza de Atocha, una multitud festiva se encontraba ya festejando, como en otras ciudades, una victoria anticipada. El rey y su familia habían partido hacia Londres dejándose por todo testamento en Zarzuela un cepillo de dientes de Froilán. El gobierno había dimitido y el Congreso, avergonzado, se había quedado en casa, lo cual no suponía mucha novedad. Del Senado, como era habitual, no había noticias. Los ujieres del Parlamento mantenían las puertas abiertas, vigiladas por un mínimo retén de seguridad del regimiento militar de Alcalá de Henares, más ocupado en proponer títulos para un grupo de improvisadores que actuaba en la Plaza de las Cortes que en vigilar algo que nadie estaba interesado en asaltar. Por otro lado, confraternizaban alegremente con un grupo de bailarinas de danza del vientre que habían causado especial regocijo entre los turistas del Palace. Como en la Revolución de los Claveles, las flores embocaban los fusiles en señal de paz.
La banda municipal del Puente de Vallecas caminaba en medio de una multitud enorme tocando el himno particular y oficioso del barrio: “Somos del Puente Vallecas/ No nos metemos con nadie/ Quien se meta con nosotros, ¡aúpa!/ Nos cagamos en su padre.” Una multitud tan enorme como la profusión multicolor de banderas: del rojo monocolor al arcoiris LGTB, pasando por tricolores, verdes, violetas, regionales, de hinchadas futboleras, cubregradas de la Demencia estudiantil, dragqueens que ponían mucho colorido bailando al ritmo de Karina, al lado de la estatua de Velázquez, y balcones engalanados con colchas, cortinas y macetas. Un periodista extranjero, entusiasmado y estupefacto, preguntó a una contorsionista que encontró sujeta, en una posición tan privilegiada como difícil, a un árbol en la plaza de Neptuno, cómo se las habían apañado para coordinar todo aquel movimiento a lo largo y ancho de toda España y sin que las ya dimitidas autoridades sospecharan nada. ¿Se habían comunicado a través de redes sociales? ¿Correo electrónico? ¿Acaso el móvil?
- ¡Qué va! – Respondió ella - ¡Todo eso lo habrían vigilado muchísimo! Tan sólo tuvimos que reunirnos en la calle. Así de fácil…

No hay comentarios:

Publicar un comentario