miércoles, 5 de enero de 2011

DANCE YOUR DANCE FOR ME (Relato isleño)

-Yo les puedo contar como ocurrió.
Estaban levantando el cuerpo. Blanco, frío, labios amoratados cubiertos de arena fina y cristalito diminutos de sal, que dibujaban una enigmática y satisfecha sonrisa. Era joven, apenas recién salido de la adolescencia. Edad lo suficientemente corta como para dejar el trauma en sus padres, en Albert y Joana, que contemplaban la escena temblorosos de llanto, y en la isla entera, nada acostumbrada a este tipo de shocks.
No había signos de violencia, de drogas, de asfixia. Su corazón había dejado de latir como se detiene un reloj al que se la ha terminado la cuerda y con él, como se para el mecanismo de un autómata, lento, despreocupado, el resto del cuerpo dejó de funcionar, de presenciar el espectáculo contumaz de una vida demasiado cruel con él.
-La vida no estaba hecha a la altura de sus sueños.
-¿De qué está hablando?
-Es la verdad. Se había inventado una fantasía para la que nuestra crueldad era demasiado dura, despiadada, sin asomo de humanismo. Era consciente de la maldad, pero no se imaginaba que ya no existieran almas gemelas para él, alguien noble. Le habían enseñado que el futuro sería ganar terreno de los que, como él, tenían un corazón distinto a los corrompidos por las ansias materiales. Por los que usan las malas artes, las apariencias y el engaño.
-¿Acaso piensa que se suicidó o que estaba en una secta de esas que inducen a ello?
-No. Si es que puede decirse que ha muerto, lo que realmente lo mató fue demasiado cristianismo y demasiada filosofía kantiana. O la pura realidad.
Quien así hablaba era un viejo pintor isleño. Había llegado hacía ya tiempo del continente, en la época de los viajeros colgados, aventureros hippies que desconectaron del mundo en aquel rincón que apenas conservaba algunos breves espacios del paraíso que fue entonces. Un pequeño bote pesquero y una casilla para el correo en una pensión, donde desde hace más de treinta años recibía su cartas, eran su lugar de vida. Escepticismo, bonhomía, una jocosidad controlada por momentos serios y un conocimiento casi enciclopédico y fabulador le acompañaban como la piel tostada, las manos manchadas de restos de pintura y una barba entrecana de lobo de mar.
-Conozco a otros que se marcharon así. Todos, al final, lo hacen por lo mismo. También mi hijo, y usted lo sabe bien, comisario.
Era verdad. El comisario de policía de la isla, hace algunos años, detuvo al viejo pintor por el homicidio de su hijo, al que encontraron muerto en las mismas circunstancias en que hoy encontraban al muchacho. La autopsia había revelado signos de violencia por una pelea en que se había visto envuelto aquella noche. Unos golpes, nada más. Y dado que el viejo conocía la historia como hoy conoce ésta, se convirtió en el principal sospechoso para el comisario. El revelado de unas fotografías, tomadas por el viejo, del hijo del pintor danzando en la orilla de la playa -esta misma playa- con una misteriosa joven a la misma hora en que la autopsia revelaba su muerte del desencajaban toda la versión de la policía. El hijo del pintor estaba vivo, pero en otra parte, en otra dimensión, en otro ¿mundo?
-¿Bailando? ¿Con una joven? ¿Se hbía convertido en un fantasma? -intervino con pavor la madre del chico.
-Dudo que se trate de un fantasma que quiera aparecerse entre nosotros, señora, tal como nos imaginamos a los fantasmas comunes y corrientes.
-¿Pero qué broma es ésta? -bramó el padre - ¿Es que se han vuelto todos locos?
-Será mejor que hablemos en comisaria -y añadió, en referencia a Albert y Joana-. Los dos muchachos, que vengan también.
Albert y Joana eran los dos mejores amigos del chico. Procedían de la misma ciudad, y su familia, como la de él, pasaban el verano en la isla. Últimamente, sin embargo, su amistad se había enfriado por la actitud taciturna de este último.
-Hablaba de incomprensión -relataba Joana-, de estarse ahogando, de querer romper con su vida. Era raro, era como si estuviera cansado, fatigado. Daba la sensación de que el tiempo se le hubiera echado encima y ya no le quedara apenas. Y, al mismo tiempo, desde no hace mucho s mostraba tranquilo. Decía que necesitaba algo diferente, y que aquí simplemente no le cabía sino la decepción porque las cosas no cambiarían. Se ponía a escribir como si quisiera dejar un testamento -y notó como se le fomaba un nudo en el estómago al pronunciar la palabra "testamento".
-Eran escritos ininteligibles -prosiguió su hermano- como si formulara esbozos de ideas sin conexión. Al principio pensamos que le estaba afectando algún tipo de droga, algún fármaco, pero no es así, ahí lo demuestra el test de tóxicos -comentó al comisario, en referencia a la autopsia-. Le hablábamos de colaborar en ONG's, de meterse en política, de participar en algún ateneo, de corregir y publicar lo que escribía, pero... se negaba en rotundo. Decía que nada de lo real merecía la pena. Y que se estaba preparando para un viaje.
-¿Pensábais en que podía suicidarse?
-Al oírle hablar así, lo imaginábamos, pero...
-¡¿Y cómo no nos dijisteis nada?! -chilló la madre.
-¿Cómo podíamos probarlo? Podía referirse a un viaje a la India, al Tíbet o a cualquier monasterio místico del mundo, fuera sufí, budista o cristiano. Él siempre había sido un chico vital, alegre...
-Ya sabemos que lo era -intervino el padre, sorprendido de cómo se habían acostumbrado, casi de inmediato, a usar el pasado.
-¿Cómo era su relación con los amigos? ¿Tenía a alguien más aparte de vosotros?
-Sí, pero sólo mantenía una relación estrecha con Albert y conmigo. No tenía muchos, y casi siempre le costaba encontrar gente que le entendiera, que comprendiera sus gustos, su humor o sus inquietudes. En realidad nosotros tres éramos los que estábamos más unidos porque no solemos fijarnos en ciertas chorradas que al resto le parecen de lo más fascinantes.
-¿Por ejemplo?
-El último o la última cantante de moda y su último videoclip...
-El último modelo de móvil o las novedades acerca del reality show que arrasa...
-Entiendo -afirmó el comisario-. Creo que estamos ante un caso como...
-Como el de mi hijo.
-Y como el de aquella chica griega. Los italianos aquellos, creo que de Brindisi...
-Con este muchacho, es ya el quinto que se marcha.
-¿Cómo se marcha?
-Bueno -habló el viejo-, marcharse, nos marchamos todos, eso es seguro. ¿Adónde? Depende de si queremos creer o no en realidades después de la muerte y en si esto ha sido o no una muerte usual. En los cuatro casos anteriores, los signos han sido los mismos: unas caras satisfechas, una muerte que no ha generado espasmos, daños físicos internos ni externos. Fue como si hubieran entrado en un letargo imposible, profundo; como si se hubieran convertido en juguetes rotos que nos recuerdan algo, desasosegadamente, la cuenta pendiente de por qué no les damos cuerda o no les ponemos baterías. Un aviso. Su satisfacción por habernos dejado con nuestro dolor, nuestra angustia y nuestros conflictos nos hace pensar: ellos no han cumplido una voluntad divina, han muerto jóvenes, por propia voluntad y han pasado a una vida mejor, a una utopía particular de hombres y mujeres buenos. ¿Qué hicimos para que nos abandonaran anticipadamente? ¿Qué tiene de aberrante esta vida para que se hayan ido así? ¿Qué debemos modificar para acabar con huidas como éstas?
-¿Que fue lo que tú viste, pintor? -preguntó el comisario.
-Fue curioso. Ha sido la segunda vez que he presenciado una despedida así del mundo. No sé por qué, volví a poner el ancla en aquella playa. Pudiera ser por nostalgia o por casualidad, aunque si fue por casualidad, recuerdo que luego pensé: "qué extraño, otra vez aquí". Y el chico, su hijo, fue como si mi muchacho volviese a estar presente de nuevo, como aquella noche.
Vi su silueta en la lejanía. Con el teleobjetivo, acerqué mi mirada para verle mejor. Moreno, pelo rizado, delgado y fibroso, era casi como un retrato de mi chico, pero no era él. Fumó un cigarrillo y apareció la muchacha misteriosa. Nunca la he visto salvo en estas dos ocasiones y nadie en la isla la ha visto jamás. Y una isla como ésta no es tan grande como para ocultarse todo el tiempo ni es sencillo salir de ella sin ser visto.
Misteriosa. Y fascinante a la vez, se parecía, aunque con rasgos propios, a la de los murales heavys que se inspiran en la mitología nórdica: un cabello largo y rubio, ojos profundos que imagino azules, azul turquesa como estas aguas, bien proporcionada, un rostro bello y un aire mediterráneo en su piel trigueña, su vestido de aire oriental y una corona de florecillas en el pelo.
Se miraron largo rato, tomándose de las manos. Sólo las estrellas y yo como testigos, y es raro, porque esta playa en verano es de las favoritas para las parejas, ya me entienden. Pero sólo ellos. Se abrazaron, bailando descalzos sobre la arena, sin música. La sentirían dentro de sí mismos, echando a rodar como un par de peonzas risueñas. Tenían una risa que se contagiaba, y su ánimo no se perdía a pesar de que, a cada vuelta, se iban caminando, introduciéndose cada vez más en el agua. No había remedio. "Como aquella noche", pensé. Y en un momento, cuando el agua les cubría hasta el tórax y se les pegaba a los cuerpos, desaparecieron sumidos por las aguas mientras se besaban hermosa y prolongadamente.
-¿Y usted no hizo nada para sacarlos?
-Les contaré lo que pasó cuando lo de mi hijo: fue igual, y tratar de buscarle fue inútil. Cuando le vi hundirse acompañado de la joven, recorrí todo lo que pude con el barco hasta que, al final, provisto de una linterna, me lancé al agua creyendo que serviría de algo. Pero sólo había un remolino de arena y peces. Cuando se serenó el agua, nada. Ni cuerpos, ni ropas, ni nada más allá de algas, vegetación subacuática y peces y una corona de flores flotando en la superficie. El cuerpo de mi hijo, solitario y feliz, no apareció hasta la mañana. ¿De qué iba a servir lanzarse al agua en esta ocasión?
-No hay quien les crea, ¿me oyen? -rugió el padre- ¡Todo lo que cuentan es una patraña! ¡Pediré una segunda autopsia!
-Dará los mismos resultados. Siempre los ha dado -dijo el comisario, encogiéndose de hombros.
-¡Están ustedes locos! ¡Esta isla es de locos!
-Cálmese...
-¿Que me calme? ¡Están encubriendo a una criminal! ¿Dónde está esa rubia maldita, esa hippy de mierda?
Se hizo un silencio prolongado, helador.
-Usted no podrá contactar con ella. Tal vez estos chicos -comentó el comisario, señalando a Joana y Albert.
-¿Nosotros? -preguntaron, sorprendidos
-No hay garantías, y es un riesgo a afrontar, teniendo en cuenta los casos anteriores...
Los hermanos se miraron y miraron a los estupefactos padres de su amigo, quienes salieron del despacho dando un portazo -"¡Nos veremos en los tribunales, asesinos, lunáticos!"-. Sonrieron y se cogieron la mano:
-Dénnos un tiempo.
-Sólo depende de vosotros, y si así lo queréis, adelante.
Salieron. El comisario sirvió al pintor un vaso de vino.
-Cosecha propia. Isleña.
-Con sumo gusto.
El comisario miró a través de la ventana la bulliciosa mañana de mercado de la ciudad vieja. La isla volvía, con la intensidad del sol, de su horizonte de pinos y sabins y su aroma de mar y pescado servido al gusto en las cantinas, a su ciclo de vida.
-¿Tanto se parecía?
-¿Cómo?
-El chico, ¿tanto se parecía?
-Oh, sí, ¿usted no lo cree?
-No, no es eso, pero, díme pintor: ¿tu crees en la reencarnación?
En la radio, King Crimson tocaba "Formentera Lady/dance your dance for me..."

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