sábado, 8 de enero de 2011

TRES MANERAS DE VOLCAR... EL CONFORMISMO

Como modo de conjurar el riesgo (posible, pero tampoco para echarse a los brazos de los jinetes del Apocalipsis) leer un libro con este título en un ferry entre Barcelona y Ciutadella (Menorca) puede inducir a considerarte un lunático asustador de damas hinchadas de susto y biodramina (o de damos), o incluso a que estés realizando, sobre la marcha, un cursillo rápido de terrorismo naval.
Pero, nada de eso. Chris Stewart, su multifacético autor, cocinero (antes que fraile), batería del primer disco de Genesis, esquilador de ovejas, rehabilitador de cortijos alpujarreños y patrón de barcos, experiencia que nos relata aquí, es, sobre todo, y tal como reza el subtítulo de su obra "Entre limones", un auténtico optimista. Tanto que en "Tres maneras de volcar..." se decide a dar un giro a su vida aceptando el patronaje de un velero por las islas griegas confiado en sus posibilidades... algo que viene de perlas cuando no se tiene idea alguna de pilotar barcos. A partir de ese momento, comenzará para Chris una desternillante y a la vez embriagadora aventura para aprender desde los conceptos (que parecen descritos a la vez en inglés, esperanto y suahili) hasta el manejo, en la práctica, de un barco por las aguas del Atlántico norte, que como fogueo le resultarán mucho más correosas de manejar que las del Mediterráneo oriental.
Tras su etapa (no exenta de sobresaltos) a los mandos del velero sin sumergirlo en las profundidades azul turquesa de Spetses, en la segunda parte nos encontramos con un Stewart enrolado en una aventura más peligrosa: la travesía desde Gran Bretaña hasta las costas de Canadá, surcando la ruta seguida por los primeros vikingos que llegaron a las costas americanas, capitaneados por Eric el Rojo. Una descripción de la dureza, del vértigo y del trabajo en equipo en medio del frío hace que el humor tenga una menor presencia, dejando mayor peso a las descripciones de un viaje y un entorno sobrecogedores y fascinantes. De todos modos, hay momentos memorables para la carcajada, como la minuciosa descripción de los diferentes pasos que un tripulante varón debe ejecutar para orinar (a no ser que quiera ir dejando el baño hecho una porquería a base de ir repitiendo la operación varias veces al día junto con el resto de los de su género) en medio de la oscuridad, del frío, de mil capas de ropa (y de cremalleras), sin hacérselo encima y sin caer al agua desde la barandilla de la embarcación.
El gusto por la anécdota, el humor fino y entrañable de este bendito inglés, su decidida apuesta por correr el riesgo de salir adelante, y de vivir para contarlo (pese a los sustos que por esta causa le da a su mujer), hacen que Stewart, actualmente afincado en Órgiva (Granada), se haya convertido en un narrador imprescindible. Olvídense de académicos presuntuosos con mando en plaza que consideran hombretones a quienes no lloran en las despedidas y que consideran hijoputas por igual a héroes y villanos. Stewart y sus maneras de vivir nos hacen a todos más felices y nos ayudan a desterrar el miedo a volar, a volcar y a equivocarnos.

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