martes, 4 de enero de 2011

SOY REPUBLICANO PORQUE SOY ESPAÑOL

Un español no necesita para definirse exteriorizar su sentimiento nacional a través de la más tópica simbología. Partiendo de esta base, a mi parecer elemental, creo necesario añadir que están equivocados quienes mandaron sus diatribas en forma de SMS al Especial Informativo de la cadena Intereconomía el pasado día 19, diciendo que los manifestantes contra el Pacto del Euro no representaban a nadie porque no portaban banderas españolas. Esto se destacaba en la sección de la que diariamente se encarga Roberto Enríquez, “Visto/Dicho/Oído”, en el rotativo “Público”.
Se equivocan porque quienes estuvimos allí ejercíamos nuestra propia y personal representación, lo cual ya era bastante y suponía una amplia diferencia con respecto a aquellos ciudadanos pasivos que consideran a la democracia como el simple ejercicio del voto en las elecciones y no como una lucha y reivindicación cotidiana. La calle, como espacio público y cotidiano, es algo más que el simple lugar físico donde se encuentran las tiendas, los locales de ocio y el colegio electoral donde, más que elegir representantes, cada vez más se está asemejando a un producto más de consumo y se entregan cheques en blanco.
Nuestra salida a la rúa, donde algunos ya estamos presentes por razón de desempleo, se hacía además en más de una ocasión en representación de otras personas, familiares mayores o menores que nosotros que, por edad y/o condición, no podían acudir pero nos pedían, en ocasiones con emocionado y hasta patriótico coraje, “más patriótico que el de sus adversarios”, como diría Machado en su “Juan de Mairena”, que estuviéramos allí.
Y se equivocan también por otro motivo: sí había banderas españolas. No eran muy numerosas, pero sí había algunas. Ikurriñas vascas, senyeras del País Valenciano y de Cataluña, blanquiazules gallegas o las legendarias moradas de Castilla son banderas españolas hasta que se demuestre lo contrario; esto es, la independencia de estas nacionalidades históricas de España, un hecho que no deseo pero que, si se consuma por voluntad popular, no podré objetar por esa suprema razón. Ni que decir tiene que también podían verse tricolores republicanas, representativas del país que fuimos y contra las que, tanto como contra el régimen y su gobierno legítimos, se alzaron unos militares verdaderamente sediciosos a quienes hoy disculpan estas luminarias de columnistas y voceros mediáticos de la Patria. Hoy, al contrario de lo que hacen para sostener su tesis de defensa de aquel golpe de estado desencadenador de una guerra atroz, contraponen votos y asistentes a manifestaciones para restar legitimidad al 15-M como si este movimiento fuera un movimiento golpista. No lo hacen, sin embargo, para comparar cuántos eran los que se postulaban por el otro “movimiento” (el nacional, es decir, el rebelde antirrepublicano) y cuántos lo combatían.
No sólo los votantes del Frente Popular de ayer, sino los defensores de la República, aun conservadores (algo que no cabe en las obtusas mentes de estos seres) eran, como son quienes piden una democracia real (entiéndase real como efectiva), mucho más patrióticos que los que se llenan la boca con el “¡Viva España!”. Y todo ello sin necesidad de mentar la palabra España (o Francia, o Portugal, o Italia, o Cataluña, o Euskadi, o Vietnam). Lo fue Vicente Rojo con su catolicismo y Julio Mangada con su esperantismo. Lo fue Zugazagoitia denunciando los crímenes de la zona republicana y un Companys tan catalán como emocionado con el labriego manchego que gritó “¡Viva Gassol!” al paso del tren que trasladaba a los consejeros de la Generalitat tras su cautiverio de 1.934.
Mejores españoles en cuanto a que mejores personas, más trabajadoras por su pueblo y más honestas, pese a ser republicanos de una República frustrada, que los salvapatrias del general Franco, firmante de sentencias de muerte con el chocolate y los picatostes del desayuno; o el general Mola, arrasador hasta los cimientos de capitales de “bolcheviques separatistas”, como él denominaba a la ciudad de Bilbao; el general Queipo de Llano, que exhortaba a la violación de “rojas” para demostrar a estas mujeres “lo que era ser hombre” o del supuesto científico y psiquiatra Vallejo Nájera que planeó el secuestro de los hijos de aquellas.
Quédense los mensajeros de Intereconomía y demás ultras con la rojigualda reinstaurada y con el rey delante del cual “no se habla mal de Franco” (palabra de Borbón, transmitida como una campechanía más por los fieles cronistas palaciegos Pilar Urbano y Jaime Peñafiel). Y conste que no me represento aquí más que a mí mismo, aunque acudo con gratitud y emoción a las concentraciones que convoca el 15-M. Vuelvo a citar a Machado finalizando esta disertación con el recuerdo de su recomendación: pongámonos al lado del pueblo, que es el lado de España, aunque ostente los lemas más abstractos. Es por eso que, como hombre popular, soy español. Y por eso, como español, también soy republicano.

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