lunes, 3 de enero de 2011

ELÉCTRICO AMARELO(Magia de amor en Lisboa)

Como incierta luminaria, el farol daba un aire irreal a la calzada de São Francisco. Intento recordar, sin éxito, el color de la pared en medio del silencio imperfecto de la noche, pintada de verde oscuro entre la enredadera del muro y la madera verde de aquel viejo banco. Seguro que es amarilla, me digo, de ese amarillo pálido y desvaído con que los colores se dulcifican con el paso del tiempo y la decadencia, de la belleza que contienen los materiales ajados.
La gente de aquí es como la decadencia de esa pared, hecha de un resquebrajado algodonoso. No agrede al oído o a la vista su voz, su acento o su actitud, como no agrede la luz de ese farol ni la de su sol. Es curioso. El sol de esta ciudad te calienta, te enrojece la piel sin darte cuenta, poco a poco, sintiendo su calidez agradable y delicada. Todo es de una serenidad asombrosa, de una parsimonia casi irritante para un español. Hasta el fado, mortuorio a veces, triste otras, otras alegre en su melancolía, es una música tan grande y contagiosa en su sentimiento que la bebes como agua fresca, para morir envenenado en su dolor profundo y fascinante.
¿Cómo fue encontrarte?Lejos, tan asombrosamente lejos, a la luz oscura de una noche sin tiempo. Era silencio y verano y correteaban los niños calles del Chiado abajo, bajando cuestas como correteaban las notas de aquel "Eléctrico amarelo" saliendo de tu boca. Era una noche de Barrio Alto, típica, con extranjeros perdidos de todo, humo, gente en la calle, bares llenos, de toda condición, entre hilos líquidos correteando entre las piedras del irregular suelo portugués.
Ojos negros, piel canela y tirabuzones morenos graciosamente dibujados sobre tus hombros, tapando a veces tu rostro de emotividad vibrante. Envuelta en un mantón y entre un velo de humo expectante, sentado a una mesa del fondo, buscaba tus ojos entre las ondas expansivas de mil diferentes sentimientos para dirigirte el mío, el único y más sincero de todos los sentimientos que pudiera expresar nunca.
Fingías no creerme. ¿Quién podría hacerlo, si ya te parecía una locura que hubiera entrado y salido, por Vila Real y Badajoz, por Elvas y Ayamonte, por Valença y Fuentes de Oñoro, por Castro Marim y Tuy, y por los puertos de Faro, Funchal, Oporto y esta misma Lisboa esperando escucharte, esperando decirte, esperando quererte? Ya llegué a pensar que no existías y que nunca nadie había cantado lo que alguna vez, de forma precisa y preciosa, escuché en tu voz. Pero seguía, casi por rutina, visitando casas de fado, tabernas portuarias, y apreciando en el vino verde el sabor de una derrota amarga y placentera a la vez.
Emocionado como nadie, lloré hasta la última lágrima, mi carne de gallina, sintiendo como nunca hice jamás el "Povo que lavas no rio", que, como clavel punzado en daga malhiriente, se mete hasta dentro del corazón. ¿Quién me dio fuerza para esperar y decirte que estoy hecho a imagen y semejanza tuya? No, no supe cómo aguanté, pero lo hice a base de sobrehumana fuerza, hasta el final de tu concierto, y hasta yo me asombro, como se asombra cualquiera al encontrar, desvencijado y renqueante, el tranvía amarillo surcando el océano de calles.
Lo tomamos juntos como dos soñadores, como dos noctámbulos buscando una carroza libre para pasear por una ciudad solitaria, fantasmal y mágica a la vez. Fue entre botellas lanzadas a nuestros mares pofundos con un mensaje oculto en ellas. Se hizo una pequeña luz de fanal cuando recogiste mi anzuelo, tanto tiempo después de que, mordido yo el tuyo, danzara con él entre los dientes de una parte a otra en tu busca. Buscando y buscando lo que auguraban extraños sólo iba a ser una fantasía, una quimera, un producto imaginado que nunca más volvería a ponerse en marcha.
Señuelo, señal, un descubrimiento y un tranvía caminando apasionado en nuestras almas, un tranvía llamado deseo al galope, "eléctrico amarelo" que abraza y circunda la ciudad, y de repente son tus manos, son mis manos, circulando sobre mi camisa y tu falda. Cae un cinturón, cae el tirante de un vestido y la historia da una vuelta entera, el mundo comienza de nuevo entre dos cuerpos desnudos, sin miedo y sin vergüenza, bajo la sombra de un farol, a la luz de un tranvía que rodea mi alma y cuerpo, tu cuerpo y alma, en una carrera donde el tiempo se detiene y, como la música, se mueve sólo para el goce y la plenitud.

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