jueves, 21 de julio de 2011

22 DE JULIO CONTRA LOS CIES


Las causas que nos empujan fuera de nuestro hogar son variadas, y enumerarlas todas sería desde luego un trabajo costoso que nos llevaría a discusiones bizantinas. Lo que es cierto, en todos los casos, es que salvo en el caso de espíritus aventureros tipo De la Quadra Salcedo, el Doctor Livingston Supongo o Quitín Muñoz, nadie dejaría su casa, patria y costumbres conocidas, es decir, seguridad, de no ser por causas de fuerza mayor y a veces de vida o muerte.

Entre estas causas, la miseria o la persecución política figuran como principales y no entienden de fronteras, lenguajes o colaboracionismos estético (obviada y olvidada la ética) entre el mundo dado en llamar libre y el tercer mundo, el cual, en ocasiones, entre su manto de desesperanza, podría darle más de una lección y una patada en las mismas corporaciones al primero.

El hambre y sus cornadas empuja en más de una ocasión a la clandestinidad y las actividades poco legales o abiertamente criminales. Sorprende (o no), en cualquier caso, que tengamos en nuestro gallinero zorros que se digan cuidadores del mismo y en nombre de la Patria (que, como dijo Antonio Machado, es un sentimiento esencialmente popular del que se jactan los señoritos) se suban al monte los fascistas y xenófobos de todo pelaje que tomaron prestada su ideología de Alemania e Italia. O que, en nombre del orden público y la paz social, se confíe este tema a políticos cuya incompetencia, zafiedad, corrupción y latrocinio, cuando no modales tipo Torrente (verbigracia: Casimiro Curbelo, el senador socialista por La Gomera) recuerdan la famosa frase, referida al estamento castrense, de “la guerra es un asunto muy serio para confiárselo a los militares”.

En cuanto al tema que nos ocupa, no negaré que la iniciativa se realizó para calmar o atraer los votos de alarmados electores que pudieran irse en masa a votar al Partido Popular. Quizá por eso, el buen señor al que me referiré en breve es más culpable aún de haber faltado a sus principios socialdemócratas, si es que los tuvo alguna vez, después de mantenerlos mínimo ocho años en la nevera para descongelarlos ahora con un sentido oportunista digno del mejor tahúr del Oeste. Alfredo Pérez Rubalcaba, alias “El Candidato”, al que tanto por saco se le está dando con los manjares avícolas de alta cocina (el famoso Faisán), amparó en su etapa como ministro del Interior los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIES). Estos centros no son otra cosa sino un limbo legal con muchas similitudes con respecto a Guantánamo, con la sola excepción de que (al menos, así lo creemos) no se aplican allí dudosos métodos de interrogatorio como el ahogamiento simulado o la “picana”. Que no exageramos lo muestran los informes al respecto de las organizaciones de derechos humanos, esos entes que, como la Cruz Roja o la Fiscalía Anticorrupción, no nos damos cuenta de lo que hacen e incluso los despreciamos hasta que nos vemos obligados a recurrir a ellos.

“El Candidato”, tan sensible al 15-M con el objeto de sacar tajada electoral, no sólo amparó bajo el acogedor seno de su departamento estos centros donde los recluidos tienen menos derechos y menos control sobre lo que allí pasa que en las cárceles y centros dependientes de Instituciones Penitenciarias. También muestra un silencio muy esclarecedor (el llamado “silencio administrativo”, tan enervante) sobre las redadas racistas, a las que cualquier oposición individual de un/a ciudadano/a puede encima acarrerarle a éste/a la detención por interponerse en la actuación policial, aún a sabiendas de que esta actuación es injusta e injustificable (¿esto no es prevaricación, señor juez Varela?). Ni que decir tiene que los mismos parlamentarios de la oposición de derechas que tanto preguntan sobre el chivatazo del Faisán no insisten tanto con el tema del famoso cupo de inmigrantes a detener por parte de la policía nacional. Una documentación aparecida, y publicada por los medios, en la comisaría de este cuerpo en el distrito madrileño de Villa de Vallecas. Sobre eso no pregunta tanto el partido que apoya al recién elegido alcalde de Badalona Xavier García Albiol, quien culpabilizaba a los gitanos rumanos de la basura y la delincuencia en la ciudad (algo así como acusar de la contaminación atmosférica al fumador de cigarrillos, de las violaciones a los padres que las visten como p… o de lo que roban los políticos a los contribuyentes honrados). Revelador, ¿o no?

España, país hasta hace nada exportador de población, y aún hoy aunque el balance en términos netos sea de país receptor, al que se le saltan las lágrimas con la copla de Juanito Valderrama, responde claramente al dicho de “Ni pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió”. Cuando se toca la cuestión del extranjero, siempre alguien sale con que todo español que salía del país iba con su contrato bajo el brazo. Por eso, me pareció maravillosa – y muy gráfica – una escena del filme “Un franco, catorce pesetas”, en la que los protagonistas, emigrantes madrileños en Suiza, tienen que exhibir el dinero ante el gendarme de la frontera para aparentar que son turistas, como marcaba su visado, y no inmigrantes ilegales. ¿Así que todos iban con los papeles en regla? ¡Ja!

Otra cosa es sacar a relucir la cuestión de la invasión. ¿Cómo puede decirse eso cuándo en el imaginario popular está aún presente la famosa sentencia de que Buenos Aires es la quinta provincia de Galicia (o la sexta, junto con la mítica Castroforte del Baralla de Gonzalo Torrente Ballester)? Dicen que hay aquí más ecuatorianos que en Ecuador. ¡Cómo si no hubiera más vascos en Estados Unidos que en Donosti o más andaluces en Bélgica que en Jaén! Y nótese que algunos, como los aproximadamente trescientos mil catalanes que se refugiaron en Francia tras la guerra civil, lo hicieron por ser perseguidos políticos. Mientras, aquí, la concesión del asilo político es algo sometido a una pereza burocrática que condena al exiliado por motivos de esa índole a padecer una doble ilegalidad. ¿Es él el ilegal?

Nos tememos que no. Ya que hablamos de invasiones, ¿qué no diríamos de MacDonalds, Nokia, Opel, Sony Ericsson, Deutsche Bank, Pepe Jeans, Armani, Philips y toda esa tropa? Empresas que, junto con las multinacionales españolas (léase Repsol, Santander o Rianxeira) han creado infames condiciones de vida y apoyos a execrables tiranos del tercer mundo (y del primero y el segundo, todo esto desde su lujoso ático). Un cóctel necesario, incluso suficiente si nos apuran, para que desde oportunistas (que los hay) hasta prostitutas engañadas, pasando por mutilados de todas las guerras, campesinos empobrecidos, jóvenes con menos futuro que un caramelo a la puerta de un colegio y niños cuyo destino es ser carne de tropa sin escrúpulos o de prostíbulo en Bangkok se marchen en busca de un a veces ficticio “ElDorado”

¿Demagogia? No: Pura y simple realidad. Cuando un/a indignado/a se levanta en Grecia, Eslovenia, Islandia, España o Portugal y acampa, dice “no” a jubilarse más tarde, a pagar los platos rotos de un banquero irresponsable o se enfrenta a un policía con menos cerebro que razones para hacer lo que hace, es consciente de que las razones de su esclavitud, presente o futura, residen en las mismas circunstancias que llevaron a quienes hoy están encerrados y sin voz en un CIE o se encuentran con las fronteras de la acogedora Europa Schengen cerradas a partir de su lugar de origen. El capital circula, hunde, mantiene y destrona y el gobierno dice “amén” si él dice “mierda” (La Polla Récords dixit). Para parar esta situación, algunas personas han decidido alzar una bandera de internacionalismo, ideal solidario que trajo, entre otras cosas, a miles de indocumentados a luchar en España por la libertad, incluyendo gentes de Argelia, Egipto, Marruecos, China, el África Negra o Latinoamérica.

Si alguien ha cometido un delito, pero uno de verdad, no el ficticio delito de huir del hambre y la muerte, que lo pague en el lugar que corresponde, y no en un indigno campo de concentración incompatible con la ley y, sobre todo, con la dignidad humana. Concepto este último que no admite distinción ni mercadeo de bandera, credo, lengua ni color político o de piel.

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