miércoles, 13 de julio de 2011

TRECE DE JULIO, TRECE PUNTOS

Van a cumplirse, en breve plazo, setenta y cinco años de la mayor catástrofe contemporánea vivida por nuestro país: la guerra civil. Indeseada por la amplia mayoría de los españoles de entonces, conscientes de la gravedad de la situación pública, pero aun así confiados, fueran los progubernamentales o aquellos que aspiraban a un triunfo rápido de la sublevación, en que tal situación se solucionaría en plazo breve, los historiadores más serios de la actualidad coinciden en no reputar calidad de inevitable a la catástrofe ni siquiera en los días de la primavera y los primeros del verano de 1.936. Los esfuerzos, aun finalmente infructuosos, del gobierno republicano de Frente Popular y el que muchos militares, diputados y gente de a pie estuviera preparando más sus vacaciones, las Misiones Pedagógicas o los campamentos de verano para niños de las organizaciones obreras o eclesiásticas indicaban una cosa contraria, pese a los constantes rumores de "ruido de sables", una expresión muy escuchada en los años setenta y aplicable, con la misma razón, a aquellos años. Recuerdo ahora la escena, muy realista, de los preparativos para comprar la famosa bicicleta y el viaje a La Almunia de Doña Godina de Luisito, el protagonista adolescente de la obra de Fernán Gómez "Las bicicletas son para el verano". Ni el Don Luis republicano ni la beata casera Doña Dolores, ambos desde pareceres políticos e ideológicos distintos, podían imaginarse una catástrofe similar ni siquiera en un día como el de ayer, cuando en un lapso de pocas horas fueron asesinados el teniente de la guardia de Asalto, José Castillo, socialista, y el diputado monárquico José Calvo Sotelo, en represalia por la muerte del anterior.
Dos años después, en el mes de abril de 1.938, tras la conquista y pérdida de Teruel por los republicanos y el avance hacia el Mediterráneo de las tropas de Franco, detenido su intento de marchar hacia Valencia, la segunda capital republicana tras Madrid y antes de serlo Barcelona, en Sagunt/Sagunto, donde los obreros siderometalúrgicos dieron un maravilloso ejemplo de heroísmo, un tanto suicida, al seguir trabajando en su factoría entre los intensos bombardeos de la aviación, aquel desastre fue detenido y las tropas republicanas, tanto como su retaguardia, hambrienta y diezmada por los bombardeos, sin apenas material con el que oponerse a los recursos de campaña del ejército rebelde, consiguieron rehacerse de su amplia sensación de derrota. Poco tiempo después, emprenderían la última gran ofensiva, que algunos comentaristas de entonces evocarían con el recuerdo de la batalla de Verdún entre las tropas francesas y los ejércitos del káiser Guillermo en la Primera Guerra Mundial: la batalla del Ebro. De tan singular expedición surgirían las canciones "Si me quieres escribir" y "¡Ay, Carmela!".
Por entonces, la sensación de derrota se había apoderado del ministerio de Defensa. Indalecio Prieto, un político sin duda capaz en quien se pensó para sustituir a Azaña cuando éste fue elevado a la presidencia de la República, se vio tremendamente afectado por los hechos del Este y la llegada de Franco al Mediterráneo. Para Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros, correligionario y amigo suyo en el PSOE, no era nada aceptable que un ministro de Defensa estuviera no sólo infectado por aquel pesimismo que a nadie beneficiaba, sino además contagiándolo entre la opinión pública y los agregados militares de las naciones que se decían amigas, aunque su actuación no fuera muy beneficiosa (no hay más que ver su adhesión a la No Intervención). En un momento en que había expectativas, luego no cumplidas, de que Francia echara una mano para con la República y la democracia española dejara de depender de la ayuda soviética (dependencia que costó durante años, y aún hoy cuesta, la adquisición del adjetivo "roja" para definir a la República y para hacer pasar por títere soviético a Negrín), el presidente del Consejo decidió prescindir en Defensa de Prieto. Las invectivas posteriores de Prieto contra su viejo amigo fueron tan furibundas que han servido, además, para que los aprovechados del bando nacionalista y los apologistas del presente insistan en la vieja teoría de presentar a Negrín poco menos que como un ogro.
Pero tal ogro, a pesar de que quiso mantener a Prieto como colaborador gubernamental o enviarle como embajador a México, país cuya ayuda y apoyo siempre será recordada en alta estima por los republicanos españoles, y a pesar de las críticas que pueda despertar su gestión, en más de una ocasión camufladas como críticas a la persona y no al político, expuso poco antes de la batalla del Ebro una propuesta para el fin de la guerra que difería de la propugnada por quienes creían la guerra perdida. La diferencia entre éstos y el presidente del Consejo era clara. Negrín no estaba dispuesto a creer que rendirse sin lucha fuera la mejor solución para convencer a Franco de que no realizase la misma escabechina en Cataluña, el Levante y la zona Centro-Sur de España que sus fuerzas habían llevado a cabo en el resto del país desde que comenzaran la rebelión. Lo resumía con sencillez: él no podía entregarse y entregarse con quienes luchaban con él, porque sería exponerles a una muerte segura. Y Franco, al final de la guerra, lo demostró. Por mucho que prometiera que quienes no tuvieran las manos manchadas de sangre no tenían nada que temer, fusiló tanto a unos como a los otros. Los casos del presidente de Cataluña Companys, de Julián Zugazagoitia – ministro de Gobernación y colaborador del gabinete Negrín –, del periodista socialista Cruz Salido, del dirigente anarquista Joan Peiró o las Trece Rosas ilustran a la perfección esa máxima justiciera que significó la "limpieza" franquista, definida ya en los tiempos de la República en paz por el político derechista Gil Robles: "depurar la Patria de masones, de judaizantes".
Tal propuesta de paz fue conocida como "Los Trece Puntos" o "Los Puntos de Negrín". Era una propuesta dirigida a las potencias internacionales y a los españoles de la otra zona, tanto como una definición de por qué estaban luchando los republicanos. En la esperanza de poder continuar la lucha, el jefe del gobierno de la España leal esperaba obtener, en el interior y en el exterior, la comprensión y el apoyo para una propuesta de mediación que estuviera basada en unos principios esenciales que a ningún demócrata del mundo le podían parecer descabellados. Si al principio de la guerra muchos servidores de las altas instancias de las democracias internacionales poco menos que comparaban a la República con una banda de forajidos entregados a una macabra danza de la muerte, el carácter que los gobiernos presididos por dos socialistas como Largo Caballero y Negrín, junto con las fuerzas diversas del Frente Popular, desde republicanos hasta anarcosindicalistas, habían impreso a esa misma República era bien distinto. El régimen de garantías reimplantado en la cada vez más reducida zona controlada por el gobierno no era perfecto, pero distaba mucho de ser el del ejercicio arbitrario y la escabechina incontrolable que tiempo atrás sumergía en depresiones e impotencia a los líderes gubernamentales.
Contando con esa baza, y consciente de que la situación internacional podía ser ahora más favorable para la República, Negrín y sus colaboradores Álvarez del Vayo (ministro de Estado, hoy Exteriores) y Zugazagoitia (entonces secretario general de Defensa y reputado periodista) dieron forma a los Trece Puntos. En su preámbulo, se afirmaba la legitimidad del gobierno y el apoyo al mismo por parte de las organizaciones políticas y sindicales de la España republicana (hecho que, aunque fuera por silencio administrativo, es demostrable tras haber sido sometido Negrín investido de confianza por las Cortes reunidas en Barcelona y porque nadie entonces era capaz de encontrar un sustituto mejor del "visionario fantástico" para aquellos momentos tan decisivos, como confesaba Martínez Barrio, presidente de las Cortes, al jefe del Estado Manuel Azaña).
Lo interesante, con todo, de los Trece Puntos, es la elaboración de un programa sobrio y mesurado que, sin dejar de lado lo contenido en la Constitución republicana de 1.931, no se entrega a ninguna soflama revolucionaria y busca abrir la puerta a una reconciliación nacional después de los acontecimientos que están sacudiendo al país desde hace cerca de dos años. Punto por punto, su contenido es el siguiente:
1º Asegurar la independencia absoluta y la integridad total de España. Una España totalmente libre de toda ingerencia extranjera, sea cual sea su carácter y origen […]
2º Liberación de nuestro territorio de las fuerzas militares que lo han invadido, así como de aquellos elementos que han acudido a España, después de julio de 1.936, y con el pretexto de una colaboración técnica intervienen o intentan dominar en provecho propio la vida jurídica y económica española.

Estos dos primeros puntos hacen referencia a la salida de España de las fuerzas militares alemanas, italianas y también las soviéticas, que no eran sino una miserable cantidad en comparación con las anteriores, y para que los únicos que decidan en los destinos del país sean los propios ciudadanos españoles. Tal y como marcaba la Constitución, por otro lado, España sería un país plural en el que cabría la unidad de de la diversidad – el Estado integral, la vía intermedia entre el centralismo y el federalismo –. Esto se desarrollará en el quinto punto.
3º República popular representada por un Estado vigoroso que se asiente sobre principios de pura democracia y ejerza su acción a través de un Gobierno dotado de la plena autoridad que confiere el voto ciudadano emitido por sufragio universal y que sea símbolo de un poder Ejecutivo firme, dependiendo en todo tiempo de las directrices y designios que marque el pueblo español.
Esto es, un Estado social y democrático con forma de gobierno republicana y obediente a la voluntad popular.
4º La estructuración jurídica y social de la República será obra de la voluntad nacional libremente expresada, mediante un plebiscito que tendrá efecto tan pronto termine la lucha, realizado con plenitud de garantías, sin restricciones ni limitaciones y asegurando a cuantos en él tomen parte contra toda posible represalia.
Un referéndum constitucional para determinar la configuración de la España de posguerra y mediante el que pueda ser, para todos los ciudadanos, más llevadero el esfuerzo de los "cincuenta años de trabajos forzados" que requeriría la reconstrucción, según preveía Azaña en sus discursos.
5º Respeto a las libertades regionales sin menoscabo de la unidad española. Protección y fomento al desarrollo de la personalidad y particularidades de los distintos pueblos que integran España […] lo que, lejos de significar una disgregación de la Nación, constituye la mejor soldadura entre los elementos que la integran.
Cuando Haro Tecglen dijo que "Franco fue el que creó más antipatriotas", no cabe duda de que su empeño por la España Una, Grande y Libre (¿Libre de qué, Libre cómo?) perjudicó severamente el desarrollo de las libertades regionales y las particularidades propias que, como expone este punto, habría fomentado que nos hubiéramos conocido un poco mejor.
6º El Estado español garantizará la plenitud de los derechos al ciudadano en la vida civil y social, la libertad de conciencia, y asegurará el libre ejercicio de las creencias y prácticas religiosas.
La España comecuras aprendía la lección: si acaso la libertad religiosa no había sido reconocida en la Constitución (que sí lo estaba) o la Iglesia había sido atacada en lo profundo por las leyes republicanas, aquí se exponía claramente el propósito de enmienda.
7º El Estado garantizará la propiedad, legal y legítimamente adquirida, dentro de los límites que impongan el supremo interés nacional y la protección a los elementos productores. Sin merma de la iniciativa individual, impedirá que la acumulación de riqueza pueda conducir a la explotación del ciudadano y sojuzgue a la colectividad […]
Si la guerra fue ganada por alguien, fue al final para que, como en el casino, siguiera ganando la banca.
8º Profunda reforma agraria que liquide la vieja aristocrática propiedad semifeudal que, carente de sentido humano, nacional y patriótico, ha sido siempre el mayor obstáculo para el desarrollo de las grandes posibilidades del país. Asentamiento de la nueva España sobre una amplia y sólida democracia campesina dueña de la tierra que trabaje.
Avanzar y profundizar, por tanto, en una de las cuestiones más candentes del período republicano: la reforma agraria. No en vano, los grandes propietarios estuvieron con los sublevados y a los fusilamientos de campesinos se les llamó, sarcásticamente, "aplicar la reforma agraria".
9º El Estado garantizará los derechos del trabajador a través de una legislación social avanzada, de acuerdo con las necesidades específicas de la vida y de la economía españolas.
10º Será preocupación primordial y básica del Estado el mejoramiento cultural, físico y moral de la raza.
La utilización del término "raza" aquí es equivalente a "pueblo" o "colectividad" sin las connotaciones racistas de los regímenes italiano o alemán. Federica Montseny, anarquista y ex ministra de Sanidad, también usó el mismo término en alocuciones y discursos. Negrín insistía en los principios de protección y derechos sociales y laborales que otros colegas de su partido, Largo Caballero y Fernando de los Ríos, habían desarrollado durante el primer bienio republicano (1.931-1.933).
11º El Ejército español, al servicio de la Nación misma, estará libre de toda hegemonía de tendencia o partido, y el pueblo ha de ver en él el instrumento seguro para la defensa de sus libertades y de su independencia.
Dar cumplimiento a la reforma militar emprendida por Azaña.
12º El Estado español se reafirma en la doctrina constitucional de renuncia a la guerra como instrumento de política nacional. España, fiel a los pactos y tratados, apoyará la política simbolizada en la Sociedad de Naciones, que ha de seguir siendo su norma […] dispuesta siempre a colaborar en el afianzamiento de la seguridad colectiva y en la defensa general de la paz.
Neutralidad, acatamiento de las normas de Derecho internacional emanadas del máximo órgano internacional y – eso sí – que nadie volviera a tomar a España por el pito del sereno como habían hecho las potencias democráticas y fascistas de la SdN.
13º Amplia amnistía para todos los españoles que quieran cooperar a la inmensa labor de reconstrucción y engrandecimiento de España. Después de una lucha cruenta como la que ensangrienta nuestra tierra […] cometerá un delito de traición a los destinos de nuestra patria aquel que no reprima y ahogue toda idea de venganza y represalia, en aras de una acción común de sacrificios y trabajos […]
Una diferencia básica respecto de la política de la otra zona. Es dudoso que quisieran avenirse los jefes de la sublevación militar a este punto, porque no estaban dispuestos a ahogar sus ideas de, si no venganza, si represalia por delitos que las más de las veces sólo cabían en su imaginación: pertenencia a partidos o sindicatos, ejercicio de profesiones tenidas por conniventes con la República o solidarizarse con los presos o los perseguidos.
Dos años después, al no tirar los fusiles al suelo, al río o a lo alto de un palomar, los rebeldes seguían siendo rebeldes contra una República que no era revolucionaria. La traición quedaba de nuevo patente. Se ha demostrado, por activa y por pasiva, que la revolución contra la que decían levantarse los Franco, Mola, Goded, Orgaz, Saliquet y compañía no existía más que en sus pensamientos distorsionados y que su acto de rebeldía estimuló, paradójicamente. En abril de 1.938, en el último día de ese mes, el contenido de los Trece Puntos del gobierno Negrín no podía sino reafirmar que la República luchaba no por una dictadura soviética o satelizada por Moscú, sino por garantizar, en un marco de democracia, libertad e independencia, los derechos y libertades por los que el pueblo español había optado en 1.931 y 1.936.

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